Entres los arbustos verde-azulados, ese
color que tiene el mar turbia en los días de luz difusa, espera
agazapada la crisálida del sueño. El sueño nació en la mente de
alguien que dormía, y que recicló recuerdos, experiencias y deseos
en confuso desorden onírico. Ya es algo que apenas recuerda el
soñador, si es que acaso lo ha recordado alguna vez al despertar. El
sueño, ya sea de nanosegundos o de interminables horas en
coordenadas oníricas, se crea en ese momento. Es un hálito, un
soplo, un imperceptible cambio de estado que transfiere de imaginado
a real por lo que los teóricos de los libros antiguos llaman
sublimatio somnium, o
sublimación difusa del sueño. Al tener tan poca materia en
realidad, y pesar tan poco, el recién nacido sueño sube, sube y
sube, traspasando las Esferas Inferiores (Tierra y Atmósfera), las
Intermedias (Limbo, Cielo e Infierno) hasta llegar a las Esferas
Exteriores, en concreto a la Tierra de los Sueños, donde al ser de
una realidad diferente lo que antes era casi ectoplásmico, por su
poco peso molecular, se convierte es algo más material, en forma de
animales. Suelen ser animales pequeños, como gusanos, hormigas,
escarabajos o incluso musarañas (de ahí el dicho de estar en las
~). Al no tener enemigos naturales, pues todos los seres primordiales
del mundo onírico son muy amargos, se desarrollan mutando en
diferentes formas.
Cuando su tamaño se ha quintuplicado por absorber
la energía de la Luna, los sueños forman capullos de seda plateada
y se convierten en crisálidas. En los arbustos de color mar, en los
árboles de ginko biloba, o en las frías rocas de la Meseta de Leng,
los receptáculos brillan en irisaciones magentas y azuladas. Los
habitantes del mundo de los sueños, por muy malvados que sean,
siempre dejan tranquilas a las crisálidas. Saben bien, que si se les
toca en su fase de hibernación onírica, el sueño de alguien o de
algo superior, puede ser aniquilado, y eso enoja a los Dioses Otros,
que danzan en la montaña, enfrente de aquellos retratos en piedra de
monstruosas dimensiones. Al amanecer del sexto día, el sueño sale
de la carcasa plateada y mora en su mundo. La mayoría de las veces
es tan sólo una idea, que da vueltas y vueltas con los altos cirros
anaranjados. Otras, sin embargo, son diablos que se retiran a lo
profundo, en busca de sus semejantes. Raras veces son personas.
Cuando una persona se convierte en sueño, muere en el mundo vigil,
creando un desequilibrio, que tampoco agrada a los Dioses. Por eso,
para compensar, algunos soñadores expertos viven siempre o en largas
temporadas en el País. Algunos conservan su forma originaria, otros,
sin embargo, prefieren ser gatos o gules. Hay veces en que se está
tanto tiempo en el mundo de los sueños, que las auras de los vivos
petrifican. Esos ya no pueden volver más al sitio donde nacieron,
porque ni siquiera aunque pudiesen, serían recordados por nadie. Hay
sueños que son objetos, por lo que no es extraño encontrar pianos
de cola, autogiros o automóviles en medio de páramos, selvas o
islas. Incluso se cuenta que hay casas que son sueños, y los
paisanos moran en ellas, porque según se dice, eso regocija al que
lo soñó.
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